“Los Nadie” de Mayro Toyo
El
artista visual venezolano cuenta cómo decidió asumir su vocación como pintor en
Argentina. Los personajes anónimos de su muestra Los Nadie –su primera
exhibición individual presentada en el Centro de Investigación Cinematográfica–
parecen reflejar su exploración en pos de una identidad definida
Joanny Oviedo
Las manos le pican por dibujar y él
anda en búsqueda de un disparador. Mira por la ventana del colectivo, voltea al
interior hacia la gente desconocida de siempre y no encuentra nada que le mueva
un pelo. Parece un día cualquiera, sin sobresaltos, hasta que de repente una chica
le hace click en el autobús.
Flechazo.
Él la observa detalladamente a toda velocidad: en solo segundos, ella le hace biiip a la SUBE y encuentra un asiento justo delante del suyo. Al estilo impresionista, bocetea en un papel lo que vio y completa algunos detalles con el reflejo de la modelo en la ventana –no está fácil: en su bosquejo, ella está de frente, pero desde su puesto solo la ve de perfil. Le da unos toquecitos más y se arriesga: “Mirá, no sé si se parece a vos, pero…”. Ella se busca a sí misma en la obra un instante y exclama simpática “¡ah!, pero te faltó este lunar” y se lo muestra. Él lo agrega al dibujo y los dos se agregan en el teléfono. Un nuevo “nadie” acababa de convertirse en un nuevo “alguien” en la vida del artista visual Mayro Toyo.
Él la observa detalladamente a toda velocidad: en solo segundos, ella le hace biiip a la SUBE y encuentra un asiento justo delante del suyo. Al estilo impresionista, bocetea en un papel lo que vio y completa algunos detalles con el reflejo de la modelo en la ventana –no está fácil: en su bosquejo, ella está de frente, pero desde su puesto solo la ve de perfil. Le da unos toquecitos más y se arriesga: “Mirá, no sé si se parece a vos, pero…”. Ella se busca a sí misma en la obra un instante y exclama simpática “¡ah!, pero te faltó este lunar” y se lo muestra. Él lo agrega al dibujo y los dos se agregan en el teléfono. Un nuevo “nadie” acababa de convertirse en un nuevo “alguien” en la vida del artista visual Mayro Toyo.
Petite Nadie. 2014.
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Nacido en una familia de trabajadores
petroleros en la ciudad de Cabimas, estado Zulia, no existía otra fórmula para
“llegar a ser alguien” que no fuera la de seguir el camino del oro negro. “La
presión social a veces era tan fuerte que yo también lo veía como una meta para
mí. Me cuestionaba ‘¿qué voy a hacer?, estoy aquí trabajando en Diseño Gráfico,
pero tengo que alcanzar ese nivel socioeconómico esperado’. Entonces, explotaba
de estrés y me ponía a pintar”, recuerda Toyo, quien desde pequeño maravillaba
a su mamá y sus compañeritos con las caricaturas que había boceteado en clases en
las últimas páginas de sus cuadernos.
De hecho, a los ocho años lo
inscribieron en un curso básico de dibujo, pintura y escultura en la Escuela de
Artes Plásticas Pedro Oporto, más a modo de recreación que avizorándole un
futuro en esa área. “Ellos no lo veían como una posible profesión, sino como ‘¡ah!,
Mayro la está pasando bien’. Yo sufrí eso de que ‘aquí en este país lo que se
da es el petróleo y lo que importa es estar en un estatus alto’. Mi papá siempre
quería darse muchos lujos y nos quiso inculcar que hay que vivir de las
apariencias, asistir a los clubes de Maraven –una filial petrolera ahora
fusionada dentro de PDVSA– y codearse con esa gente, pero al mismo tiempo yo
estudiaba en una escuela pública, porque había una administración económica
familiar milimétrica”.
No era para menos. La cultura de Cabimas
se erigió en torno al petróleo, aquel que en diciembre de 1922 les confirmó a
los inversionistas extranjeros el potencial del país en materia de
hidrocarburos, cuando durante más de una semana chorrearon 100 mil barriles
diarios de crudo provenientes del pozo Barroso II que incluso mancharon los
techos de las casas aledañas.
Magdalena. 2014. |
Patilla de Magritte. 2014. |
– Cuando decidó salir de Venezuela,
pensé “voy a usar mis herramientas; voy a otro país y de alguna forma me voy a
desenvolver en el arte, no sé si directamente, no sé qué va a pasar, pero yo sé
hacer esto. Acá trabajé un poco de cada cosa al principio y luego dije “¡lo mío
es esto!”. De pronto, me vi haciendo esas cabezas, esas caras, y me di cuenta
de que eso tenía que ver conmigo, con la búsqueda de mi identidad. Eso fue hace
ya dos años.
–
¿Y antes de eso no se tomaba su vocación en serio?
– Siempre estaba pintando, lo
mostraba, pero no lo manifestaba como “ey, yo siempre voy a hacer esto”, sino
que era como un hobby, “yo sé hacer
esto, ¡mirá!”, mas no te daba la seguridad de que lo volvería a hacer mañana.
Ahora no, todo el tiempo estoy pintando. Voy en el colectivo y me pongo a
dibujar, sale solo.
De capa en capa
Exposición en el CIC. Cico de Artistas Emergentes
|
–
En su obra, parece recurrente la descomposición en partes. ¿Qué busca lograr
con eso?
– Una abstracción. Quiero descomponer
y alejarme cada vez más de la técnica realista, del detalle. De más está decir
que sé pintar, pero no es eso lo que quiero que mires, quiero dar un mensaje
más conceptual, transmitir una idea. Más que transgredir, busco comunicar algo.
Yo le pido a mi obra intensidad, que te agarre y te diga “mirá, te estoy
hablando”. Por eso, cuando me dicen “¿qué significa ese cuadro?”, les respondo
“miralo y decime vos”.
–
¿Sin más?
– No los puedo limitar, decirles lo
que yo pienso es como contarles el final del cuento; cuando yo pinté, ya hablé,
ahora disfrutalo vos. Es como el suspenso, que tiene algo que no te termina de
matar. Hay obras que se ven misterioras, como la amarilla que se llama
“Magdalena” y tiene un poco de Johannes Vermeer por la posición medio de
costado de la chica. No es algo lindo lo que estoy haciendo, no es pop, pero
los colores son vivos, mientras que esa descomposición de la cara no es algo
que un niño vaya a entender fácilmente. Es difícil clasificar mi arte entre los
“ismos” o las vanguardias, porque no es como en el siglo XIX o XX, que estaba
todo más estructurado en impresionismo, expresionismo, etcétera. Ahora con el
arte contemporáneo hay más diversidad.
– Ha
dicho que sus influencias son Jan Van Eyck y Johannes Vermeer, así como el
surrealismo de Reneé Magritte. ¿Cómo se pasa del realismo de los dos primeros a
la propuesta más abstracta del último?
– Yo fui estudiando por mi cuenta las
técnicas de cada uno y aspiro a mantenerme en esa experimentación. Estoy en una
constante búsqueda de una identidad, de un estilo propio. Ya el surrealismo lo
hago por naturaleza porque es más conceptual. Yo comparto mucho la opinión de
Picasso cuando dijo que a él le tomó toda una vida aprender a dibujar como un
niño; el tipo pintaba demasiado bien, pero no le importaba eso, él estaba
buscando más allá.
–
¿Y usted, qué busca más allá?
– Me gustaría vivir de mi arte y no lo
veo lejano. Me hace falta tiempo, un art
dealer tal vez –se ríe entre en broma y en serio.
–
Sin eso, ¿cómo ha logrado vender sus cuadros?
– Porque la gente cree en ti, se va
convenciendo de que hay una continuidad y una evolución en tu obra, y entiende
que no es solo un pasatiempo; entonces, aprovechan para comprar mis pinturas
antes de que puedan valer más...
Mientras tanto, continúa en esa indagación
interna, a tientas. Sin ojos, como la mayoría de sus personajes.
Próximos artistas emergentes en el
CIC
· 18 de mayo: Nicolás Romano
· 1º de junio: Paloma Márquez
· 18 de mayo: Nicolás Romano
· 1º de junio: Paloma Márquez
--> CIC: Benjamín Matienzo 2571
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