La deliciosa vida de Florencia Rondón

A esta chef pastelera que descubrió su vocación en el tercer semestre de Biología, el buen paladar le viene de familia. Tiene 40 años de edad, 20 de experiencia en los fogones y 2 y medio siendo madre. Su pasión por el chocolate, por correr y por su único hijo son los ingredientes que la han llevado a afirmar “yo estoy donde tengo que estar”

Joanny Oviedo
Foto: Reexon Escobar.
Con la paleta en alto, la chef pastelera del café Madame Blac, Florencia Rondón, estira el cremoso chocolate que lleva rato batiendo. Lo prueba rapidito y sigue su cuento: “Yo llegué a la UCV pensando que al estudiar Biología me iba a poder dedicar a la Ecología, porque desde chiquita había viajado mucho a La Gran Sabana con mi papá, que trabajaba en Edelca. Pero una vez allí, no entendía qué hacía viendo Física y Química, que no me gustaban”. Toma una pausa sin dejar de remover el bowl y suelta sonreída: “Yo lo que estaba era más perdida... Afortunadamente, el amor todo lo puede; me enamoré de un cocinero y hasta ahí llegó la Biología”.

Aprovechando que su mamá, la profesora de la Universidad Central de Venezuela Susana Strozzi, estaba de año sabático, Rondón soltó los libros y las fórmulas sin mucho titubeo y agarró el pelapapas por el mango.

–Empecé a buscar, con un grupo de cocineros amigos, quién me podía aceptar como pasante. El primer restaurante fue la Vinoteca Delfino, en enero del 92. Ahí empecé picando pollos, aprendiendo a procesar los pescados y las carnes. Pasé por todas las estaciones hasta que en una tenía que hacer los postres y me gustó. Luego me fui al Opera Café, del C.C. Plaza Prado, con Pierre Blanchard, que no era pastelero pero tenía buena formación europea y hace unos postres riquísimos, y después empecé la formación más seria con un pastelero belga de la Mirage, en El Rosal.

A fuego lento

Aunque a sus 40 años es la gerente de operaciones de Madame Blac, los restaurantes Mokambo y Antigua, en Las Mercedes, y el Café de Mokambo, en el C. C. Líder, desde  el preciso momento en que decidió ser chef supo que el éxito había que hornearlo con la llama bajita. Tras cierta experiencia en el fogón, se fue a estudiar en el Culinary Institute of America de Nueva York, y al regresar a Venezuela asumió por primera vez la jefatura de pastelería en Gourmet Market, un proyecto que recién comenzaba y en el que ella no tenía “si quiera alguien que picara las fresas por mí”.

¿Es una pionera?
–Parece que sí, porque después abrí el [área de postres del] JW Marriott, y en septiembre de 2004 empecé en Antigua, que se inauguró ese diciembre.

¿Y en 20 años de experiencia, ha notado cambios en los fogones?
–Sí, muchos, para bien y para mal. Los costos de los insumos están excesivamente altos: hace 7 años, el kilo de chocolate criollo bitter salía en 10 bolívares, y hoy, en 70. Además, la gente se ha vuelto irresponsable y pareciera que todos quieren lograr rápido lo que realmente cuesta mucho tiempo y esfuerzo. Por eso, de probablemente 25 pasantes que he tenido en los últimos 7 años, sólo a dos los recuerdo con nombre y apellido… Es que hay que empezar pelando papas. Yo todavía tengo mucho que aprender; por ejemplo, hace cuatro años que no veo el trabajo directo de otro pastelero –el último fue Yann Duytsche en una pasantía en Barcelona– y ya siento que me falta el oxígeno. Quiero aprender, aprender, aprender.

Arepa con foie gras

De pequeña, ella solo se acercaba a la cocina de pasadita. A los 8 años, hizo unas galletas y luego en el bachillerato intentó hacer una torta que quedó tan impresentable que hubo que tirarla a la basura. Pero al llegar al cuarto y quinto año en el Centro Educativo de la Asociación de Profesores de la UCV, decidió probar el mundo de la comida rápida y trabajar entre las hamburguesas del Burger Bistro del Concresa, y el olor al trampagrasas que le hizo limpiar su futuro novio en el Mc Donald’s de El Rosal para pagar la novatada.

En cambio, en su familia las recetas llevaban una pizca más gourmet. Su mamá le preparaba los postres que aprendió de su abuelo, un francés pastelero al que Rondón llama “el abuelo Adrián”; su abuela paterna hacía una torta negra que más adelante la inspiraría a hornear una similar para Antigua; y en la mesa de su casa, las influencias de un papá venezolano al que le gustaba cocinar y una madre argentina de buen comer impregnaron el menú hogareño de queso parmesano, arepas con pâté de foie y el propio foie gras.

“Los argentinos saben comer rico y sin lujos, porque el buen comer no está ligado exclusivamente a un tema monetario. Es cuestión de cultivarle el paladar a los niños”, explica la chef con ese hablar fuerte y de eses largas que a menudo intenta suavizar. “Yo tengo un carácter que… a veces funciona y otras no. A veces ni uno mismo se tolera, ¿no?”, e inmediatamente asoma una media sonrisa y bromea: “A Joel Moreno, mi sous chef, que me conoce desde hace 9 años, lo he escuchado un par de veces diciendo ‘es que ella no es ni la sombra de lo que era’, dejando entrever que la reciente maternidad me ha ablandado”, cuenta pícara y sin ánimos de negar el comentario que tanta gracia le hace.

En su punto

“Estoy en la época más productiva de la vida, y ahora con mi bebé, tengo el tiempo compartido entre él, mi trabajo y mis cosas, así que los momentos disponibles no los utilizo para leer”, argumenta la Rondón sobre el por qué dejó a medio empezar una especialización en Estudios Latinoamericanos que le encantaría retomar en la Universidad Metropolitana.

Y continúa: “Yo era muy buena en Humanidades porque en el Colegio Panamericano, en primaria, el tema de la lectura era muy importante, y en mi casa, teniendo una mamá Antropóloga y Doctora en Ciencias Políticas, y un papá Sociólogo, se leía muchísimo. Por eso me pareció full raro irme por Biología; ¿por qué no escogí Letras o Idiomas? Probablemente, si hubiera entrado a la universidad por esos lados, no me hubiera cambiado”, reflexiona.

Por ahora, los libros no son una opción. Cuando llega del trabajo cansada, su mejor desconexión es el ejercicio: “My hobby es correr por Los Palos Grandes en las noches con un grupo de compañeros. Es una válvula de escape”.

¿Cómo se visualiza Florencia en el futuro? Sentada en una mesita de Madame Blac y sin descruzar los Crocs negros con mediecitas rosadas que de vez en cuando menea bajo el uniforme, responde: “Este es mi sitio, yo estoy donde tengo que estar. Ya encontré mi grupo, mi familia, al final”.

Entretanto, en su apartamento, su hijo la ayuda a batir el biscocho de vainilla y chocolate que ella le prepara, tal vez agradecido de que su mamá, por primera vez en su carrera, se haya llevado el trabajo a la casa.

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  Bate que bate 

¿Es dulcera?
–Me gustan el chocolate y los helados.

¿Algún miedo en la cocina?
–Sentarme a pensar en cosas nuevas y que no llegue idea alguna.

¿En la cocina, prefiere silencio, bulla o música?
–La música me gusta, dependiendo del estado de ánimo: Joaquín Sabina, Marillion, Cole Porter, Martirio, Orishas, Willie Colon… pero en general es preferible el silencio.

Su libro favorito.
El Juego de los Abalorios, de Hermann Hesse.

El país que le gustaría visitar.
–Italia. Quiero aprender pastelería napolitana.

¿La filipina y los Crocs son sus predilectos?
–Es más bien la mala costumbre de estar mucho tiempo uniformada. Nos habituamos a la comodidad.

Su pastelería es…
–Rica, sabrosa. No le pondría otra etiqueta.

Entrevista publicada en la revista SBA Report en 2012
 

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