Argentinos con las manos en la masa


En Buenos Aires, Alejandro y Florencia decidieron montar hace un año su propia arepera, basados en las vivencias de él en la isla de Margarita, en Venezuela, y en las ganas de ella por ir a conocerla. En la Arepera Buenos Aires, venezolanos que residen en Argentina y argentinos que han vivido en Venezuela se sacuden el desarraigo y la nostalgia para degustar con los oídos, la vista y el gusto el sabor tricolor del país caribeño

Joanny Oviedo
Fotos: Joanny Oviedo
Afuera, la brisa helada del fin del invierno no perdona a nadie. Pero adentro, desde los ventanales y las cortinas de esterillas playeras de la Arepera Buenos Aires, la ciudad gaucha luce calientita y hogareña. Haber pasado al interior de este local es haber entrado a otra dimensión: hay música llanera alternada con salsa y merenguitos guapachosos como “Sopa de Caracol” y los clásicos de “Proyecto Uno”, las paredes están tapizadas con fotos de la isla de Margarita, una bandera de Venezuela, camisas antiguas de los Leones del Caracas y la franela de la Vinotinto, y entre las coloridas mesas de madera con sillas de mecate trenzado se pasea un arropador olorcito a comida casera. Los comensales no aguantan más la curiosidad: “¿Dónde está el dueño, el venezolano? ¡Quiero conocerlo!”, le sueltan emocionados a la camarera. La respuesta sorprende a más de uno.

“Nosotros hicimos este emprendimiento con mucho entusiasmo, porque era lo que Alejandro quería hacer, pero también con mucho temor porque decíamos: ‘Somos argentinos, cuando se enteren de que no cocinan venezolanos, ¿qué van a decir?’. Pasó que si se les decías antes de que se comieran las arepas, te miraban así como que no les gustaba nada, pero cuando comían cambiaban de opinión: ‘Nooo, pero están buenísimas’”, se carcajea recordando Florencia Casal, diseñadora industrial de 30 años quien en 2010 decidió apoyar la idea de su marido, el analista de sistemas de 36 años Alejandro Purcaro, de montar un restaurante que captara el sabor de la tierra que lo acogió durante varios años.

“A la gente le ha encantado porque intentamos hacerlo todo con seriedad y respeto. Ale me contagió tanto su pasión, que terminó siendo algo no solo de él y me pasa que de repente, hablando con los clientes, me encuentro llamando a la comida de la misma manera que ellos. De hecho, hasta oficio de traductora a veces y dependiendo de si es venezolano o argentino, digo ‘parchita’ o ‘maracuyá’, ‘caraotas’ o ‘porotos’, entonces uno termina siendo un diccionario”, se ríe.

Alejandro Purcaro y Florencia Casal
Abrieron en febrero de 2011, después de aproximadamente ocho meses de preparación, una inauguración previa un viernes con la familia y los amigos, y otra real al día siguiente, específicamente a las 8:05 pm, que fue cuando la primera familia venezolana entró –como muchos otros lo harían luego– con abstinencia de sabor a patria. Florencia y otra chica los atenderían en el salón, mientras que Alejandro y un ayudante se ocuparían de la cocina.

“Teníamos claro que, primero, queríamos que la gente tuviera un servicio cordial, y segundo, que la comida debía ser abundante para que se fueran llenos”, cuenta Florencia, para quien resultó muy útil tratar con él público, escuchar sus historias, y de manera indirecta, conocer Venezuela, país al que nunca ha visitado. “Me acuerdo de una chica que se comió una arepa de carne mechada y cuando probó la carne, te juro que se le empezaron a caer las lágrimas y me dijo ‘es la carne mechada de mi mamá, yo hace un año que no me como esto’. Jamás pensamos que íbamos a producir esto que al final era un motor para seguir, porque a veces estábamos tan cansados…”.

Arena, sol y Asunción
Para Alejandro, la playa, el calorcito y las arepas y empanadas de tamaños margariteños son recuerdos de vacaciones y una breve época de “exilio” que terminó siendo placentera. Pausadito, relata que desde los 15 años viajaba a Venezuela a visitar a su tío materno, un argentino que en la década de los 80 se fue a vivir a Caracas y luego se radicaría en la isla de Margarita.

–Siempre me gustó el país, el Caribe, el clima. Allá pasé unos veranos buenísimos, en un montón de boliches como Señor Frogs y Cami Beach y siempre me gustó la gastronomía, pero no sabía cómo salir adelante con algo relacionado a ella. Ser analista de sistemas no me llenaba, quería hacer otra cosa. Con la crisis de 2001, en Argentina todo estaba complicado, entonces mi tío me dijo “bueno, venite a trabajar acá’. Allá en Asunción, cerca de donde está la Virgen del Valle, había una señora como de 90 años que también se llamaba Asunción y vendía arepas con maíz pilado para desayunar. Un día paré, las probé y me encantaron. Luego, cada tanto iba ahí, comía y charlábamos un poco, hasta que me dijo “¿quieres que te explique cómo se hacen?”, y me contó los secretitos del maíz, cómo molerlo, etcétera. Le dije “bueno, yo de Asunción me voy a llevar esto a Argentina”.

Tequeños caseros con salsitas. ¡Unas delicias!
Eso fue en 2006. Él regresaría a Buenos Aires, donde lo esperaba su hija mayor, y en 2009, tras conocer a Florencia, probaría nuevamente arepas, una vez que el hermano de ésta trajera Harina Pan como souvenir de una visita a Colombia. “Ahí le revivió toda esa nostalgia por las arepas, y de tanto que me decía “estaría bueno abrir un local”, en algún momento nos miramos y dijimos “bueno, hagámoslo”. Ahora nos miramos después de todo este tiempo, que entendemos lo complejo que es tener un restaurante y decimos “qué locura, ¿no? Éramos dos inconscientes”, se carcajea Casal.

Contactaron al chef venezolano Miguel Cuberos, quien casualmente viajaría a Buenos Aires en 2010 para cursar un master en la Escuela Gato Dumas y era amigo de una compañera de trabajo de Florencia en las oficinas del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso). Con la experiencia de primera mano, probaron entre arepas de Harina Pan y las de maíz pilado hasta decidirse por las últimas, y aparte, aprendieron a hacer los rellenos tradicionales más unos extras que fueron surgiendo en el proceso.

Por eso, las arepas que ofrecen son tan sustanciosas y rebosantes como las que se encuentran en Venezuela, con las típicas pelúa, catira, reina pepiada, de perico, pernil y pabellón, y algunas mixturas como la “arepa burger”, para los niños no venezolanos a los que podría hacérseles difícil adaptarse a nuevos sabores; “la del gato”, de aguacate, queso blanco y plátano frito; la de “pollo agridulce” y “lo mejor de dos mundos”, rellena de las bondiolas de cerdo con las que Cuberos se deleitaba cuando iba a la Costanera Sur.

En total, hay 18 sabores de arepas, una empanada grande rellena de pabellón, platos de pabellón criollo, asado negro y cachapas, acompañamientos como tajadas, yuca frita y papas fritas, y pasapalitos de tequeños (gigantes y hechos en casa), empanaditas, caraotas, tostones y arepitas rellenas con queso llamadas “boliarepas”.

 “La carta al principio era la mitad; después fuimos agregando unas y cambiando otras”, explica Alejandro, a lo que Florencia agrega: “Un cliente nos dijo ‘falta acá la rumbera’, ‘¿y cómo es la rumbera?’, ‘no, la que es de asado negro y queso’, entonces la incorporamos”. Con los meses, dejaron de servir helados para ofrecer postres como tres leches, mousse de parchita, quesillo, choco-torta (típico en Argentina) y un muffin llamado ‘volcán de chocolate’”, que muchas veces los preparan ellos mismos. Finalmente, tenían su propio negocio andando, así que ambos decidieron renunciar a sus trabajos regulares.

Ahí mismito
La idea de Alejandro aún no está completa. La carta del restaurante es amplia; el local, hermoso; pero falta algo: a su juicio, las arepas deben poder encontrarse en la puerta de la casa, o al menos, a la vuelta de la esquina.

Por eso, el año que viene piensa enfocarse en hacer un delivery que cubra una zona amplia de la capital de Buenos Aires y montar un kiosco de arepas en una calle del centro de la ciudad. Florencia cree muy factibles estas metas: “Él es muy tenaz. Si es algo que él quiere mucho, significa que hay muchas probabilidades de que lo hagamos”, y estalla en risas. “Funcionamos como una muy buena dupla”.

Caraoticas sueltas
Facebook: Arepera Buenos Aires
Correo: areperabuenosaires@gmail.com
Dirección: Estado de Israel 4316. Almagro. Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Teléfono: 15-6463-1229.
Horarios: martes a domingo, 7 pm a 12 am.

           
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Otra opción
Arepas a domicilio 
al estilo colombiano

Para Diego Furman, contador público argentino de 47 años, los números habían dejado de tener sazón. Un buen día renunció a la empresa donde trabajaba como gerente de administración, se fue de vacaciones a Brasil, y al regresar, conoció a unos chicos colombianos que le dieron a probar arepas, un manjar que hasta ese momento le era desconocido. Se le prendió el bombillo: “Estaba cansado de la monotonía de pasar 9 horas sentado frente a un escritorio y sabía que en la cocina vos me das dos o tres elementos y lo que preparo sale rico. Entonces, a raíz de esa reunión con colombianos, fui a comprar dos kilos de maíz blanco y dos de maíz amarillo y empecé a hacer arepas a prueba y error”, explica Furman, el ahora dueño del delivery Arepas En Baires, cuyo principal contacto con los clientes es la cuenta de Facebook del mismo nombre.

Texto publicado en el suplemento de gastronomía del diario venezolano TalCual el 28/09/2012.




Comentarios

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