Los hilos de la resistencia
Joanny Oviedo
Primera portada de Fantoches,
titulada “Explosivos domésticos, por Leo”.
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Leoncio Martínez se
las ingenia para esconder su delgado cuerpo de piernas largas y arqueadas en un
escaparate con doble fondo ubicado en su casa. Es 1919, y sus amigos, el poeta
Francisco Pimentel, mejor conocido como “Job Pim”, el novelista José Rafael Pocaterra
y Eduardo Coll, entre otros intelectuales, ya han sido aprehendidos por las
fuerzas del Gobierno. En la calle, la persecución del régimen de Juan Vicente
Gómez arrecia ante las protestas estudiantiles.
Si lo atrapan, no
sería la primera vez que va a dar preso este joven nacido en la aristocracia.
En 1909, a la edad de veintiún años, Leo fue llevado unos días a La Rotunda por
haber publicado la caricatura “La Justicia esposada” en el diario El Independiente. Lo mismo le ocurriría más tarde, cuando
fue encarcelado luego de que el periódico Fru-Fru criticara la
clausura arbitraria de la hoja El Estudiante. Pero esta vez la situación es
diferente. Refugiado en el armario, Leo, sin saberlo, intenta huir de la que
sería su más larga y dura permanencia en prisión.
Durante cuatro
meses logra sortear los allanamientos, hasta que un día es delatado por un
hombre que entra a su vivienda con ayuda de la cocinera, según cuenta Eduardo
Montes en Leo. Más allá de la anécdota. Del escaparate
fue trasladado al calabozo # 24 de La Rotunda, frente al de Pocaterra. Allí
pasaría el siguiente año.
“Por adorar mis
libertades/ esclavo en cadenas caí/ aquí estoy cargado de hierros/ sucio,
famélico, cerril/ enchiquerado como un puerco/ hirsuto como un puerco-espín”,
escribiría desde el encierro en su poema “Balada del preso insomne”, en el que
además cuenta cómo en medio de la oscuridad perenne de las celdas, apenas si se
atrevería a asomar “la punta de la nariz, temeroso de un escarmiento,
encorvado, convulso, ruin”.
Redactaría otros
textos en los que describe “el vacío negro” que deja la partida de sus
compañeros: “Sacaron a un muerto (…). Se experimenta el deseo tenaz, morboso,
de que enseguida metieran a otro en el sitio vacante, de que desapareciera de
la vista aquella oquedad desoladora”.
Pero ninguna de
esas vivencias –ni el encierro en pequeños calabozos, ni los grilletes que
podían pesar hasta 60 libras, ni las torturas o la comida en mal estado–
impidieron que tres años después de recuperar su libertad, en 1920, Leoncio
Martínez decidiera fundar el semanario Fantoches y, con él,
regresar a las filas de la resistencia.
Explosivos en papel
Y en medio de la
oscuridad, se hizo la luz. La figura de un hombre flaco y encorvado, narizón,
de ceja levantada y cigarro en la boca procede a rasgar con fuerza una caja de
fósforos, mientras la gente a su alrededor sale desbandada en sentido
contrario. Al pie del dibujo se lee: “Apártense, que voy a encender una
cerilla!!”. Es la imagen de Leoncio Martínez hecha caricatura, que inaugura la
primera portada de su semanario Fantoches bajo el nombre de “Explosivos Domésticos,
por Leo”.
Ese primer número
llega a los puestos de venta caraqueños el jueves 21 de abril de 1923 –aunque
en sus páginas muestre la fecha del 19 de ese mes– y en él los ciudadanos
encuentran un nuevo periódico que promete aparecer todos los martes como un
“semanario humorístico y de intereses generales” por sólo 25 céntimos.
Leo muestra los contrastes entre
una familia de la aristocracia,
a las puertas de un asilo, y los
mendigos,
a las puertas de un club.
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La empresa de “Leo”
es osada. Entre reseñas culturales y crónicas deportivas, se cuelan una serie
de poemas e imágenes que no hacen otra cosa que resaltar, con picardía y arte,
la decadencia de la sociedad venezolana y a la vez criticar al Gobierno y al
letargo en que se encuentra sumida la intelectualidad frente a la dictadura de
Gómez.
Es por ello que la
belleza y las figuras esbeltas no tendrán cabida en los personajes de Leo en Fantoches, quien en cambio pintará a “los deformes, los
mancos, los mendigos llagosos, los borrachos, las prostitutas, los homosexuales
pobres que son los más lamentables y por contraposición los curas gordos con
expresión de cerdo satisfecho, los ricachos de mirada lujuriosa y los policías
fieros y a la vez tristes” como explicara Aquiles Nazoa en Genial e
ingenioso. La obra literaria y gráfica del gran artista caraqueño Leoncio
Martínez.
Sus dibujos y a
veces autorretratos serán el reflejo de “un pueblo y un país estrangulados por
el hambre, las enfermedades, la ignorancia y la represión (…), un pueblo y un
país necesariamente feos”.
Entretanto, la lupa
de la represión intentará, con multas y prisión, detener a toda costa la
producción del semanario. “Es el precio por asumir posiciones no complacientes
ante el poder”, como señalaría Juan Carlos Palenzuela en Leoncio Martínez
1888-1941.
Espejismo de apertura
El entonces
presidente Cipriano Castro viaja a Alemania en noviembre de 1908 por motivos de
salud y, mientras tanto, deja a la nación a cargo del vicepresidente Juan
Vicente Gómez, quien aprovecha la oportunidad para tomar el poder (de facto,
pero sin derramamiento de sangre) el 19 de diciembre de ese mismo año.
A su llegada,
permite el regreso de los exiliados y la
liberación de los presos políticos, reestablece las relaciones con las
compañías extranjeras enemistadas con Castro e incluso modifica la
Constitución, para reducir el período presidencial de 6 a 4 años.
Los visos de
apertura política hacen pensar que el general de “La Mulera” aspira a un
gobierno transitorio en el cual sentar las bases de la conciliación nacional.
Sin embargo, como advierte Manuel Caballero en Gómez, el tirano
liberal: “No es prudente olvidar que se está saliendo de un gobierno
dictatorial (el de Castro) y que el nuevo gobernante era arte y parte de él”.
Aunque una vez
electo Presidente constitucional en 1910, Gómez procura que su período de
mandato fuera la muestra viva de un país pacificado –que es lo que la gente
aclama tras décadas de guerras internas–, cambia el rumbo a partir de 1913.
“Impone un sistema de muertes sin cuento. No existen entonces la piedad, ni la
solidaridad, ni los más simples sentimientos de humanidad en el tratamiento de
los opositores”, explica Elías Pino Iturrieta. “Los que se atreven a disentir
(…) están condenados a durísima cárcel, o a trabajos forzados, o a torturas
meticulosas, o a la muerte”, agrega (Venezuela metida en cintura:
1900- 1945).
El semanario criticaba las
condiciones
desfavorables en las que Gómez otorgó
concesiones a petroleras extranjeras.
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Es en esta segunda
fase del “gomecismo” en la que el director de Fantoches
es llevado nuevamente a la cárcel. Primero, cuando es tomado por sospechoso,
junto a Job Pim, por el asesinato de “Juancho
Gómez”, hermano del general, el 30 de julio de 1923. A esos días de presidio se
le sumarían otros más en 1928, año en el que, tras estallar el movimiento
estudiantil, la policía procede a buscar al caricaturista a su casa, donde éste
yace enfermo. Los uniformados piensan que se trata de una estrategia para
despistarlos y aún así lo ponen preso.
Las restricciones a
la libertad de expresión no fueron capaces de detener la producción literaria y
las publicaciones críticas al régimen, que se las ingeniaron para seguir
desarrollándose. Así, por ejemplo, Fantoches reunió las
plumas de Arturo Uslar Pietri, Rómulo Gallegos, Julio Garmendia, José Rafael
Pocaterra, Miguel Otero Silva, Ramón Díaz Sánchez, Francisco Pimentel, así como
a los nuevos caricaturistas Alejandro Alfonzo Larrain (Alfa), Pedro Toledo
Carreño (Petoca) y Mariano Medina Febres (Medo).
Hilos sueltos
Con la excusa de
impulsar la “propaganda subversiva” y, por lo tanto, violar la Constitución”,
el semanario de Leoncio Martínez fue clausurado el 10 de junio de 1932.
Definitivamente, Fantoches se convertía en “el documento más fidedigno de la era
gomecista, tanto por lo que dice como por lo que fue obligado a callar”, como
diría Nazoa.
El autor de “La
cajita de pinturas” esperaría hasta 1936, un año después de la muerte de Gómez,
para reabrir Fantoches, una segunda etapa de la
publicación que se extendería hasta 1948, y que luego resurgiría en 1959, en un
intento fallido realizado por otros humoristas y otro director.
Las multas al
semanario fueron siempre obstáculos que, antes y después de Gómez, pretendieron
frenar la publicación de aquel órgano opositor. No obstante, en más de una
oportunidad, el gran respaldo y respeto popular hacia la figura de Leo fue
determinante para recaudar el dinero necesario para cancelar las sanciones al
periódico.
Algo similar le ocurría al Pinocho venezolano creado por Martínez para
la sección “Vida y Aventuras de Pinocho o hazañas de un muñeco de madera” en Fantoches. El personaje, un joven de madera inquieto, se escapa
de las manos de su escultor, Rufo Lombriz, y una vez en la calle es detenido
por un policía que se ve obligado a soltarlo ante la insistencia de la gente.
En palabras del autor de Historia del humor gráfico en Venezuela,
Ildemaro Torres, la “versión criolla” de este muñeco era percibida “por los lectores como un símbolo de
fraternidad, de generosidad y sentido de justicia, en contraste con la sordidez
y opresión que signaban la vida del país bajo la dictadura de Gómez”.
Se fue el Fantoche
Cuenta Aquiles
Nazoa que al morir Leoncio Martínez de una grave enfermedad, el 14 de octubre
de 1941, a los 52 años, su féretro fue seguido hasta el entierro por gran parte
de los pobladores de Caracas, entre ellos prostitutas, las mismas a las que
pintó y a las que, con respeto, siempre saludó por su nombre y con un
reverencial beso en la mano.
El fundador del
Círculo de Bellas Artes en 1912 falleció en su tierra, porque por más rabioso
que estuviera al contemplar las desigualdades de su país y las restricciones a
la libertad, sintió la necesidad apremiante de quedarse y combatir la opresión
con la prosa y el dibujo. Frustrado, plasmó en “Balada del preso insomne” la
idea de buscar tranquilidad en otra nación –“Estoy pensando en exilarme, me
casaré con una miss (…), una descendiente romántica de la muy dulce Annabel
Lee”–, pero la idea de terminar siendo “siempre extranjero” lo contuvo.
“Y ya muchos años
más tarde, (…) mis nietos releyendo fechas de mi muerte y cuando nací,
repetirán lo que a sus padres cien veces oyeron decir: (…) ‘el abuelo no era de
aquí, el abuelo era un exilado, el abuelo era un infeliz, el abuelo no tuvo
patria, no tuvo patria…’ ¡Y ellos sí! ¡Ah, quién sabe si para entonces, ya
cerca del año 2000 esté alumbrando libertades el claro sol de mi país!”.
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Leo en años
El 22 de diciembre
de 1888 nace Leoncio Martínez en Maripérez, Caracas. Colabora, entre 1900 y
1902, en el periódico humorístico La Linterna Mágica.
Para 1908, publica sus caricaturas en la revista El Cojo Ilustrado.
Redactó y aportó dibujos políticos para La Voz del Pueblo, trabajó
en El Universal, y durante 1911 se exilió en
Puerto Rico, donde laboró para la revista puertorriqueña Carnaval. Junto
a “Job Pim” fundó en 1918 el semanario Pitorreos, que fue
clausurado y puestos en prisión sus redactores. En 1932, tras el cierre de Fantoches, migra a La Esfera. Sus obras
más conocidas son: Salto atrás (1925), Mis otros Fantoches (1932), Poesías
(1943), Los dibujos de Leo (1959) y las líricas de
“Carmen Adela” y “Dama Antañona”. En
1915, fue merecedor del primer premio del Concurso de Caricaturas de El Nuevo Diario.
Libertades conquistadas
Desde hace unos
años, Abilio Padrón, caricaturista de Últimas Noticias,
tiene algunos personajes prohibidos en su repertorio de dibujos. Pese a ello
considera que, en comparación con los 27 años del mandato de Juan Vicente Gómez,
“hoy en día hay una mayor amplitud de posibilidades para expresarse con
libertad. Esa fue una conquista que se dio en la medida en que hemos tenido
ganancias en medio de nuestras democracias imperfectas”. Opina que en las
caricaturas de Leoncio Martínez se percibe “un humor de risa fácil”, tal vez
por el tipo de público del momento, en un país con altos índices de
analfabetismo. “Los que hacemos caricaturas en esta época, que hemos siempre
combatido regímenes, hacemos un humor que puede que cree sonrisas, pero
fundamentalmente lo que buscamos es un humor que haga reflexionar sobre lo que
nos está pasando”.
* Texto publicado originalmente en el diario TalCual (Caracas, Venezuela) en 2009.
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