Cristian Valencia saca cuentos por su cuenta


El narrador colombiano fue invitado al VI Seminario “Pulso y Alma de la Crónica” que organiza la Fundación Bigott en Venezuela, y habló de cómo ser su propio jefe le permite reportear y narrar como a él “le dé la gana”

Texto: Joanny Oviedo

Fotos: Javier Lozano

Cristian Valencia no puede estar metido en una oficina. A este cronista colombiano, ganador de la primera mención del Concurso Iberoamericano de la revista Gatopardo en 2000 y autor de novelas como El rastro de Irene y Bitácora del dragón, las luces de neón, el encierro y el periodismo hecho por teléfono lo desesperan.
Sólo ha trabajado una vez en un diario, La República, donde “nunca encajé”, porque lo suyo es la escritura independiente y el olfateo constante de lo absurdo –que en Latinoamérica hay de sobra, dice–, ya sea en el roce con el asfalto o en el desierto, adonde se ha adentrado desde hace siete meses para experimentar la vida en La Guajira venezolana e inspirarse a escribir su próximo libro de crónicas sobre los wayúu.
El columnista del diario El Tiempo es así, “rajao”, como su acento “bogotanísimo” a pesar de haber nacido en Santa Marta, y como su hambre por relatar historias insólitas.
¿Cómo llegó al periodismo sin ser periodista?
–A los 18 años quería dedicarme a la literatura, así que empecé a escribir cuentos y novelas que no necesariamente se iban a publicar y leí todo lo que tuve del siglo XIX: Dostoievski, Tolstoi, Víctor Hugo, Balzac, Dickens, Oscar Wilde. Entonces al final, como pa’ llenar la nevera, me aboqué a los medios masivos, que estaban abriendo el canal de las crónicas en Colombia en el 98. Hice trabajos para las revistas Cronos, Gatopardo, El mal pensante y Soho. Creo que me empezaron a contratar porque escribía bien y manejaba el lenguaje un poquitico mejor que un periodista graduado en una academia. Es que definitivamente hay atreverse a escribir como a uno le dé la gana, esa es la única manera de distinguirse.

Sus temas son particulares, como el de los asnos que llevan libros a comunidades sin bibliotecas en Los burros más sabios del mundo. ¿Para ser cronista hay que ver la vida con otros ojos?
  Creo que sí. Uno tiene que pasearse por mundos conocidos –su propia casa, su barrio, su ciudad– como si fuera turista. Colombia es un país grande con muchas historias para contar y por eso me gusta ir a recogerlas en lugares que no tienen el confort de las capitales andinas. El absurdo y la exageración me parecen motivos para contar historias.
¿Qué hay de absurdo en la región?
–Casi todo en Latinoamérica es absurdo. Por ejemplo, si uno se pone a mirar las conexiones eléctricas de un barrio de Colombia, en el que el tejido de cables está a la intemperie, uno no se explica cómo no hay cuatro o cinco electrocutados todos los días. Lo insólito está pasando todo el tiempo a nuestro lado y uno no se da cuenta. Hay que ir buscando en la cotidianidad normalita y hacerle ver a la gente la realidad de una forma diferente. Como dice un amigo: “Lo insólito es que el avión, que son 35 toneladas de peso, vuele, no que se caiga”.
Nadie le impone los temas ni el tiempo que tardará en reportearlos. Sin embargo, hay ocasiones en las que no le queda otra que imponerse ante sí mismo. “Todos amanecemos hecho polvo en días, entonces no publicas, porque no quieres o estás remingado contigo mismo, y la nevera empieza a empobrecerse. En esos casos, lo mejor que uno puede hacer es levantarse, bañarse y ponerse una camisa limpia para parecer todavía un ser humano, como decía Scott Fitzgerald. Toca salir al mundo a ganarse la vida”.
–¿Se ha arrepentido de no trabajar en una redacción?
–A veces quisiera estar metido hasta el cuello en un medio, que no deja pensar, porque uno está ahí todos los días. Eso sería ¡bingo!, una bendición: le para a uno la pensadera. Pero mi mundo ideal es así como está, siempre conectado con un proyecto personal.

–Sin jefe, ¿quién juzga la calidad de sus trabajos?
–Yo mismo. Uno tiene que tener un crítico bravo, inclemente, montado encima, una persona que no pase basura, y entrar en crisis cada tanto: “¿Crees que lo sabes hacer? Pues no lo sabes hacer. Te toca joderte un poquito más, porque esto es infinito, puedes hacerlo mejor, sin duda”.




* Entrevista publicada el 17 de julio de 2011 en el suplemento dominical díaD del diario 2001.

 

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